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martes, 27 de octubre de 2015

Presencia de Satan en el Mundo Moderno



INTRODUCCIÓN


Palabra del Evangelio
Cuando decirnos que una afirmación es o no es "palabra del Evangelio", queremos aseverar que es o no es una verdad indiscutible. Para los cristianos Cristo es la autoridad soberana, aquella ante la cual nos inclinamos, a la cual damos toda nuestra fe y toda nuestra confianza, todo nuestro amor. Hasta para los mismos incré­dulos, Jesús es una de las personalidades más eminentes de la historia. Es la rectitud y la sinceridad. Es aquel que dijo: Que tu discurso sea: ¡esto es o esto no es! ¡Todo lo que este fuera de esto de nada sirve! Preguntémonos, pues, lo que Jesús ha pensado y ha dicho de Satán. El Evangelio, sobre este punto, como sobre todos los otros puntos que conciernen a la vida religiosa de los hombres, es normativo y definitivo. Si no lo es ya para los que han perdido la fe, no es menos cierto que no se puede comprender nada de la mentalidad religiosa de los siglos que nos han precedido en Francia sin recurrir al Evan­gelio. Quienes han tenido — o creído tener — contactos con el Demonio, quienes han sufrido sus ataques como nuestro cura de Ars, quienes han sido tratados como "poseídos" y han sido objeto de exorcismos más o menos eficaces, habían extraído del Evangelio y de la tradición emanada del Evangelio sus interpretaciones de los estados experimentados por ellos. Abramos pues el Evangelio. ¿Habla de Satán? ¿Contiene histo­rias de poseídos, de expulsiones de demonios? Jesús en persona ¿ha creído en el Diablo y qué ha dicho sobre ello? 


La tentación de Jesús

En primer lugar debe llamar nuestra atención la tentación de Jesús en el desierto. Tres de nuestros Evangelios hablan de ello. Nos muestran a Jesús y a Satán solos y frente a frente. Pero prestemos atención a lo siguiente: nadie había sido testigo de este encuentro memorable. Nuestros tres evangelistas no podían saber nada de lo ocurrido más que por boca del mismo Jesús. Por consiguiente, El se tomó el trabajo de decir a sus discípulos lo que había pasado entre E! y el Demonio. El quiso que se supiera que lo había visto, lo que se llama verlo, por decirlo así, "cara a cara"; que Satán le había hecho proposiciones, había tratado de someterlo a su yugo, ¡tratado de desviarlo de su camino! En una palabra, Jesús quiso ser tentado. Lo fué. Reveló a los suyos en qué había consistido esa tentación: Satán le había mostrado el mundo, diciéndole: "Te daré toda esta potencia y la gloria de esos reinos, puesto que a mí me ha sido entregada y a quien quiero la doy; si, pues, tú te postrares delante de mí, será tuya toda." (Lucas, IV, S-7.) No digamos que la tentación fué pequeña. Tenía las dimensiones del planeta. Satán había adivinado, pues, que tenía las dimensiones de Jesús. Y Jesús, por su parte, al llamar en dos oportunidades a Satán "príncipe de este mundo" (Juan, XIV, 30; XVI, 11), está de acuerdo con él para reconocerle una preponderancia en todos los reinos de la tierra. Hablando de los relatos de la tentación en el desierto, el padre Lagrange los compara a esos prólogos de las tragedias antiguas en los cuales todo el drama que iba a desarrollarse estaba anunciado y como prefigurado. La batalla entre Satán y Jesús en el desierto fué un prólogo de esta naturaleza. Decía todo con respecto a la misión de Cristo. Este sólo venía para derribar la dominación de Satán. San Juan iba a decir en su primera epístola: "Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo." (Juan, III, 8.) Todo el Evangelio, pues, tiene que estar lleno de acciones dirigidas por Cristo contra Satán y por Satán contra Cristo. Y está bien que así sea. No podemos leer nuestros Evangelios sin que esto nos llame la atención. No comprenderíamos nada de los Evan¬gelios sin la certidumbre de la existencia de Satán y de su acción entre nosotros. 

Ejemplos

Sería demasiado largo enumerar aquí todos los párrafos donde se habla de los demonios en el Evangelio. Citemos, sin embargo, los principales. Jesús comienza a predicar en Galilea, y San Marcos escribe que echa a los demonios (Marcos, I, 34). Antes del Sermón de la Montaña las multitudes se reúnen alrededor de El, ¿por qué? San Lucas nos lo dice: "Los cuales habían venido a oírle y a ser curados de sus enfermedades; y los que eran vejados por espíritus inmundos eran curados." (Lucas, VI, 17-18.) Porque, dice San Mateo, "le pre¬sentaron todos los que se hallaban mal, aquejados de diferentes en-fermedades y recios dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó". (Mateo, IV, 24.) Cuando se habla de María Magdalena, se nos puntualiza que Jesús había echado de dentro de ella "siete demonios" (Lucas, VIII, 2), Cuando Jesús envía a sus apóstoles a predicar en Galilea, les otorga poder sobre los demonios. Cuando regresan les dice con júbilo: "Contemplaba yo a Satán caer del cielo como un rayo..." (Lucas, X, 17-20.) Cuando Jesús curó a la mujer "que tenía un espíritu de enfer¬medad hacía dieciocho años" y el jefe de la sinagoga se indignó porque era día sábado, Jesús responde: "Hipócritas, cualquiera de vosotros en sábado, ¿no desata a su buey o su asno del pesebre y lo lleva a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abrahán, a quien ató Satán hac^ ya dieciocho años ¿no era razón desatarla de esta cadena en día de sábado?" (Lucas, XIII, 10-16.) Y recordemos la expulsión del demonio llamado Legión, porque era numeroso dentro de los mismos poseídos. Legión pide que se los envíe a una piara de cerdos. Jesús consiente y todos los cerdos se arrojan al mar y se ahogan. (Los tres Evangelistas; ver sobre todo Marcos, V, 1-20.) Este episodio burlesco es asombrosamente evocador. Los demonios están allí perfectamente representados. Presentimos su naturaleza, su carácter. Presentimos su "psicología", sobre la cual tendremos oportunidad de volver a hablar: ¿qué hacen en un ser humano cuando lo tienen en su poder? "Introducen en él — escribe monseñor Catherinet — y mantienen en él perturbaciones morbosas emparentadas con la lo¬cura; tienen una ciencia penetrante y saben quién es Jesús; sin vergüenza se prosternan ante El, le rezan, le hacen juramentos en nombre de Dios, temen ser de nuevo lanzados por El al Abismo y para evitarlo piden entrar en los cerdos y establecerse allí. No han terminado de instalarse cuando, con un poder no menos asombroso que su versatilidad, provocan la destrucción cruel y malvada de los seres en los cuales habían pedido refugiarse. Miedosos, obsequiosos, poderosos, malignos, versátiles y hasta grotescos, todos estos rasgos, fuertemente revelados aquí, vuelven a encontrarse en grados diversos en los otros relatos evangélicos de expulsiones de demonios." En suma, es imposible, no sólo para un católico sino para un historiador serio, dejar de comprobar que Jesús no se limita a hablar como se acostumbra en sus tiempos, que no tiene la intención de conciliar con la ignorancia y los prejuicios de su medio, pero que cree en la existencia y en la acción de Satán, que nos pone en guardia contra Satán, que no cesa de luchar contra Satán, tanto que Satán está presente en todo el Evangelio, a tal punto que esto nos plantea un problema que debemos examinar con la mayor atención.


Por qué tantos poseídos?

Los relatos demonológicos son tan numerosos en el Evangelio, el Diablo ocupa en ellos tanto lugar, que debemos preguntarnos si en todo esto no habrá algo de exageración. Es bien sabido que en la vida corriente no encontramos a seres poseídos en la cantidad relativamente considerable con que aparecen al paso de Jesús. Los críticos modernos — por lo menos los que se complacen en llamarse "críticos independientes" — no han dejado de proclamar que lo consideran inverosímil. Para ellos la mayor parte de estos "poseídos" eran simplemente maniáticos, medio locos, o dementes más o menos furiosos. Aun cuando así fuese, aun cuando Jesús al tratar a esta categoría de enfermos se hubiera avenido a las ideas medicales de su siglo, no dejaría de ser menos notable que hubiera tenido éxito, en la mayoría de los casos, en liberar con una palabra de su invalidez a estos desgraciados y devolverlos a su estado normal. Pero esta forma de resolver el problema, debe tenerse por singularmente sumaria, si se considera lo que hemos dicho más arriba. Los textos evangélicos dis¬tinguen muy claramente entre los enfermos y los poseídos. Estos últimos manifiestan, mediante signos patentes, la presencia de una inteligencia extraña que habita en ellos. Esta inteligencia es hostil a Jesús, es lo que llamamos la inteligencia de un espíritu maligno. Si a continuación de ese Prólogo, del cual hemos señalado la grandeza: la tentación de Jesús en el desierto, Satán no hubiera intervenido en e! transcurso de la carrera de Cristo, o no hubiera interpretado más que un papel secundario, hubiésemos tenido, antes bien, la ocasión de habernos sorprendido. Pero no es el caso. Jesús ha demostrado abiertamente que es "el fuerte" que ha venido para reprimir el imperio de Satán sobre el mundo. A decir verdad, esta lucha se desarrollaba principalmente en el terreno de lo invisible, en los dominios de la gracia y del pecado. Y hasta el fin del mundo, esto será así. Pero con el permiso de Dios, esta lucha inmensa y secular presenta también signos visibles y nos ofrece episodios espectaculares. Estos episodios no son lo esencial. No lo olvidemos. Aun cuando en este libro insistimos sobre ellos, no cabe en nuestro espíritu el extremar su importancia. Lo que está en juego son las almas, es la elección entre el cielo y el infierno, entre el odio y el amor, ¡entre la felicidad y la condenación! Entraba, pues, en los designios de la Providencia hacer conocer a los hombres algo del poder de Satán y de humillar a éste ante el poder del Redentor. No estamos de ningún modo obligados a creer que el número de poseídos del cual se habla en el Evangelio corresponde a un término medio en el mundo de entonces o en el mundo actual. Es muy posible y hasta verosímil que estos casos se hayan producido con una frecuencia extraordinaria alrededor de Jesús. La unión personal de la divinidad con la naturaleza humana en Jesús, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, todo junto, habría tenido como contragolpe, con el permiso divino, manifestaciones repetidas y múltiples de diablismo. ¡La posesión es, en cierto sentido, una réplica, una caricatura de la Encarnación del Verbo! El paganismo y el mismo judaismo empezaban a estar roídos por esa incredulidad con respecto a lo sobrenatural que es una de las señales del tiempo en que vivimos. ¡La venida de Jesús a la tierra y los numerosos casos de posesión que se produjeron alrededor de El constituyen una revelación sobrecogedora del mundo sobrenatural en sus dos aspectos complementarios que son la Ciudad de Dios y la Ciudad de Satán. En este sentido fue que dijimos que para nosotros el Evangelio es normativo. Plantea principios, proporciona claridades, establece leyes, arroja sobre todos los siglos por venir, luces que no deben apagarse jamás. Todo lo que sabemos y creemos con respecto al Demonio está arraigado en el Evangelio. La creencia en la existencia y en la malignidad del Demonio es un dogma para los cristianos. Nuestro destino está emparentado con el de los Ángeles o los Demonios. Veremos a Dios, como los ángeles, dice Jesús, o bien seremos malditos con Sacan y todos sus demonios. Todo esto tenía que ser dicho o recordado antes que llegáramos a los hechos contemporáneos. Y para conducirnos del Evangelio a estos hechos contemporáneos será suficiente una rápida ojeada En conjunto tendremos que cuidarnos de dos peligros: el de exagerar el satanismo y el de reducirlo a la nada. En algunos siglos se ha visto al Diablo por todas partes y en otros no se quería verlo por ninguna parte. Doble exageración igualmente engañadora, igualmente falsa y por consiguiente igualmente salida de Satán, padre de la mentira.

En la antigüedad

No podría decirse que los cristianos de los primeros tiempos tuvieran obsesión por la acción de los demonios. Podríamos citar textos de San Pablo y de San Pedro que permanecen siempre actuales y que deben ser considerados por nosotros como la expresión de la estricta realidad. Tenemos que luchar contra el Demonio. La vida moral no es más que una lucha. Hay otra cosa más que la carne y la sangre. El Dragón se halla constantemente en acción. San Juan en el Apocalipsis ha dicho todo cuanto había que decir sobre las vicisitudes de la historia cristiana. Pero es indudable que el Dragón interpreta en ella un papel de primer plano. Los períodos de perse­cución tan abundantes en la historia de la Iglesia son eminentemente diabólicos. No cabe duda, por otra parte, que los primeros cristianos consideraban diabólico al culto rendido a los ídolos bajo el paganismo. Los dioses paganos, para ellos, eran demonios Al hablar de todo esto, sin embargo, no se dirá que los Padres de la Iglesia hayan exagerado jamás. Un Agustín ha visto muy bien las dos Ciudades. Las ha descrito con lucidez, con fuerza, con toda la amplitud de visión de un genio espiritual. A veces lo consideramos pesimista. Pero es por una razón muy distinta de la teología demonológica. No relaciona solamente con el demonio todo lo que hay de tenebroso en las acciones de los hombres. Nosotros tenemos en ello nuestra parte. El es quien afirma por el contrario — volveremos a hablar de esto — que "ese perro está encadenado". El Diablo no puede nada contra nosotros sin nosotros. De nuestro consentimiento es de donde extrae su fuerza y de nuestra resistencia es de donde procede su debilidad. Las historias más demoníacas llegadas hasta nosotros desde las profundidades de la antigüedad cristiana son las de los Padres del desierto. Un Antonio ha luchado frente a frente con el demonio. Los ermitaños de la Tebaida y los monjes de todo origen y de toda época han tenido que pelear con Satán. San Martín de Tours, en nuestro país, sabia bastante de esto. Sin embargo, podemos atravesar rápidamente la Edad Media, podemos hojear los infolios de los grandes teólogos escolásticos sin enloquecernos con evocaciones demonológicas. Los autores que han hecho un estudio especial de la literatura medieval que se refiere a la posesión demoniaca o la brujería, opinan que los más grandes maestros — Alberto el Grande, Tomás de Aquino, Duns Scot — se inclinaban antes bien a rechazar los pretendidos prodigios de las brujas. En el siglo xv todavía, Gerson y Gabriel Bie!, el último de los nominalistas, disentían porque el primero afirmaba y el segundo negaba el poder de los demonios sobre el mundo terrestre.

Un  viraje  peligroso

Se estaba en esto cuando apareció en 1486 una obra destinada a tener una enorme repercusión, que iba a orientar todo un siglo hacia las exageraciones más manifiestas y más deplorables. Se trata del Malleus maleficarum El martillo de las brujas de dos dominicanos alemanes: Jacques Sprenger y Henri Institoris, el primero profesor en la Universidad de Colonia, el segundo inquisidor en Alemania del Norte. La obra se propagó en forma prodigiosa. Se conocen 28 ediciones en los siglos xv y xvi. Fué el manual de la cacería de las brujas, y dio el impulso a toda una literatura demonológica. No terminaríamos nunca de citar los títulos publicados para uso de los inquisidores o los confesores en el siglo xvi y en los cuales sólo se habla de brujería o de pactos con el Diablo. El siglo xvn, en pus comienzos, vio pulular este género de obras. Se hablaba en ellos de la "posesión" con detalles rechazantes, de monstruos, vampiros, diablillos caseros, espíritus familiares, etc. En 1603, un autor, Jourdain Guibelet, publica un "Discurso filosófico", cuyo título "anzuelo" sólo recubre un tratado de íncubos y súcubos, es decir, de relaciones carnales con los demonios. La bibliografía de Yves de Plessis, que sólo comprende las obras francesas sobre la acción demoníaca, contiene alrededor de dos mil títulos, más O menos, La opinión general tiende, a la sazón, a ver al demonio en todas las enfermedades que atacan al cuerpo humano. Emile Brouette en el Satán de los Estudios carvielitanos (pág. 363), transcribe estas líneas del ilustre Ambroise Paré, autor de esta frase citada con tanta frecuencia: "¡Yo lo curé, Dios lo sanó!". "Diré con Hipócrates, padre y autor de la medicina, que en las enferme-dades hay algo de divino de lo cual el hombre no sabría dar razón. Hay brujas, magos, envenenadores, seres maléficos, malvados, astu¬tos, tramposos, que construyen su destino mediante el pacto que han concertado con los demonios — que son sus esclavos y vasallos — quizá por medios sutiles, diabólicos y desconocidos, corrompiendo el cuerpo, el entendimiento, la vida y la salud de los hombres y otras criaturas." 



Imaginaciones malsanas

Podemos decir que en el siglo xvi va a producirse una orgía de imaginaciones malsanas desde el punto de vista demonológico. Se verá al diablo por todas partes. Se inventarán, del principio al fin, infestaciones diabólicas. La polémica anticatólica del protestantismo na¬ciente estará dominada por el satanismo. La llamada Reforma protestante ha hecho causa común desde el principio con la obsesión demoníaca. Si bien la persecución de las brujas y los brujos había empezado mucho antes de Lutero y Calvino, éstos no sólo se abstu¬vieron de hacer algo para detenerla, sino que se apoyaron sobre la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento para autorizarla y promoverla. "Lutero, Melancton, Calvino, escribe Brouette, creían en el satanismo, y sus discípulos, predicadores fanáticos, no hicieron sino agravar la credulidad natural de los pueblos convertidos al nuevo Evangelio." {loe. cit., pág. 367.) 

Cifras  impresionantes

El mismo autor proporciona cifras increíbles sobre el número de procesos por brujería. Es cierto que las da "bajo la reserva más grande y con beneficio de inventario". "N. Van Werveke — nos dice — estima en 30.000 el número de procesos presentados ante los tribunales del ducado de Luxemburgo. L. Raiponce (Ensayo sobre la brujería, pág. 64) calcula para Alemania, Bélgica y Francia, la cifra más moderada de 5 0.000 ejecuciones. A. Louandre (La brujería, pág. 124) escribe que en el siglo xvi durante 15 años, en Lorena, en 1515, 900 brujos fueron enviados al suplicio, 5 00 en Ginebra en tres meses; 1.000 en la diócesis de Come, en un año. En Estrasburgo, según J. Français, en tres años se habrían encendido 2 5 hogueras por causa de la brujería. De acuerdo con G. Save (La brujería en Saint-Dié), el total de procedimientos antisatánicos para el distrito nombrado se eleva a 230, de 1530 a 1629. Para toda la Lorena, C. E. Dumont (justicia criminal de los ducados de Lorena, pág. 48 del tomo II) estima que hubo 740 procesos de 1 5 53 a 1669." Un catálogo completo de los procesos por brujería sería, no cabe duda, una obra de largo aliento. Contrariamente a la opinión corriente, acreditada por los mejores historiadores, no es en las postrimerías del siglo xvi que culmina el furor de la represión antisatánica. Los accesos de esta represión son raros en el siglo xiv; más abundantes ya en el siglo xv, los procedimientos proliferan desde 1 530, es decir, en la primera mitad del siglo xvi. Esta primera mitad del siglo será, en realidad, casi tan sangrienta como la segunda, es decir la de 1580 a 1620, que fué la más feroz. Nos parece que no cometemos un grande error al atribuir en su mayor parte a Lutero y al protestantismo, la profusión de literatura demonológica que se manifiesta después de 1530. Era ésta la opinión de monseñor Janssen en su gran historia de La civilización en Alemania Vimos entonces, escribe, desarrollarse una literatura satánica muy variada y muy importante. En Alemania es casi exclusivamente de origen protestante y concuerda en todo sentido con la enseñanza de Lutero y su imperio."

Lutero y el Diablo

No cabe duda que en todo el conjunto de su doctrina Lutero atribuye al Demonio una acción mucho más importante que la que se le acordaba antes. Pretendía tener pruebas personales de esta acción, El, Lucero, había visto a Satán, naturalmente. Y lo afirmaba a todo el que quería oírlo. "Satán, escribía, se presenta con frecuencia bajo un disfraz: lo he visto con mis ojos bajo la forma de un cerdo, de un manojo de paja en llamas, etc." Contaba a su amigo Myconius que en la Wartburg, en 1521, el diablo habla ido a buscarlo con la intención de matarlo y que lo había encontrado a menudo en el jardín bajo la forma de un jabalí negro. En Coburgo, en 1530, lo había reconocido una noche en una estrella. "Se pasea conmigo en el dormitorio — escribe —, y encarga a los demonios que me vigilen; son demonios inquisidores." Relata en detalle sus conversaciones con el Diablo. Cita casos "muy verídicos" de atentados satánicos que le eran contados por sus amigos. En Sesscn tres sirvientes habían sido raptados por el demonio; en la Marche, Satán había extrangulado a un posadero y llevado por los aires a un lansquenete; en Mühlbcrg, un flautista ebrio había corrido la misma suerte; en Eisenach, otro flautista había sido raptado por el Diablo, por más que el pastor Justus Menius y varios otros mi¬nistros vigilaron constantemente para cuidar las puertas y ventanas de la casa donde se encontraba. El cadáver del primer flautista había sido hallado en un arroyo y el del segundo en un bosquecillo de avellanos. Y Lutero da testimonio de estos hechos con una especie de solemnidad: "No son — dice — cuentos en el aire, inventados para inspirar miedo, sino hechos reales, verdaderamente aterradores y no chiquilinadas como lo pretenden muchos que quieren pasar por sabios." Dice también: "Los diablos vencidos, humillados y golpea¬dos se convierten en duendes y en diablillos caseros, porque hay demonios degenerados y me inclino a creer que los monos no son otra cosa." Esta última conjetura le agrada porque insiste: "Las serpientes y los monos están sometidos al demonio más que los otros animales. Satán está dentro de ellos: los posee y se sirve de ellos para engañar a los hombres y hacerles mucho daño. Los demonios viven en muchos países, pero más particularmente en Prusia. También los hay en gran número en Laponia; demonios y magos. En Suiza, no lejos de Lucerna, sobre una altísima montaña existe un lago que se llama «el estanque de Pilatos»; allí el Diablo se libra de toda suerte de actos infames. En mi país, en una elevada montaña llamada Polsterberg, montaña de los duendes, hay un estanque; cuando se arroja dentro de él una piedra se desata en seguida una tormenta y todos los alrededores son devastados. Este estanque se halla lleno de demonios: Satán los tiene prisioneros allí...Pero no era solamente en sus cartas privadas 
o sus charlas durante las comidas que Lutero hablaba así. La demonología ocupaba un lugar muy grande en su doctrina misma. En 1520, cuando todavía no estaba completamente separado de la tradición católica, había declarado que era un pecado contra el primer mandamiento atribuir al demonio o a los malvados los fracasos en las empresas o las desgracias del destino. Pero más tarde veía los designios del demonio por todas partes. En su Gran Catecismo, que data de 1529 y contiene las ideas que le son más caras, enseña expresamente que son los demonios quienes suscitan las querellas, los asesinatos, las sediciones, las guerras, lo cual puede, como lo diremos más adelante, sostenerse, pero ¡que sea él también la causa de los truenos, las tormentas, la piedra que destruye la cosecha, y que mata los animales y reparte veneno en el aire! ¡Qué hubiera dicho de los automóviles cuyas ex-halaciones infectan nuestras ciudades! "El Demonio — escribe — amenaza sin cesar la vida de los cris¬tianos; satisface su ira haciendo llover sobre ellos toda clase de males y de calamidades. De ahí que tantos desgraciados mueran, los unos estrangulados, los otros atacados de demencia; él es quien arroja a los niños a los ríos, él es quien prepara las caídas mortales." De acuerdo con Lutero los poderes del Demonio son inmensos: "El Diablo —dice— es tan poderoso que con una hoja de árbol puede ocasionarnos la muerte. Posee más drogas, más redomas llenas de veneno que todos los boticarios del universo. El Diablo amenaza la vida humana con medios que le son propios, él es quien envenena el aire." Y no son éstos textos aislados y raros en las obras de Lutero. Encontramos en sus escritos las aseveraciones más increíbles. No duda, por ejemplo, que Satán abusa algunas veces de las niñas, que éstas quedan embarazadas por su acción y que los niños nacidos de esta unión atroz son hijos del Diablo y que no tienen alma. No son más que un "montón" de carne, según él, y nos da esta razón peren-toria: "El Diablo puede hacer un cuerpo pero no sabría crear un espíritu: ¡Satán es, pues, el alma de sus criaturas!" Y nos da esta conclusión dogmática: "¿No es horrible y aterrador pensar que Satán pueda torturar de este modo a los seres y que tenga el poder de engendrar hijos?" 

Después de Lutero


No es menester señalar que tales afirmaciones, tan repetidas, tan impresionantes y que provenían de un hombre como él, no se perdieron para las iglesias protestantes y para los escritores luteranos. En casi todos los sermones de los ministros luteranos el diablo desempeña un papel de primer orden. La literatura popular se halla invadida por una multitud de demonios. Un polemista católico alemán, Jean Nas, se indignaba ante esta proliferación de libros satánicos. "En el espacio de pocos años —escribió en 1 588 — se han publicado y propagado cantidades de libros sobre el demonio, libros escritos en nombre del demonio, impresos en nombre del demonio, comprados y leídos ávidamente en nombre del demonio: ¡se les hace muchísimo caso y sus autores son célebres entre los pretendidos servidores del Verbo "Antaño — añade — los cristianos devotos prohibían a sus hijos que nombraran al espíritu del mal y hasta que lo designaran por alguno de sus horribles apodos; estaba prohibido jurar por el demonio, de acuerdo con estas palabras de Salomón: «Cuando el pecador maldice en nombre del demonio, maldice su propia alma». Pero ahora se predica sobre el diablo, se escribe en nombre del diablo y esto pasa por justo y laudable. Puedo muy bien deciros la razón: es porque el abuelo de nuestros «evangélicos», el «santo patriarca» Martín Lutero, díó el primer ejemplo."En 1595, un "superintendente", es decir un obispo luterano, Andrés Celichius, quizo llenar una laguna publicando un tratado completo sobre la Posesión diabólica. Y en los siguientes términos declaró que consideraba indispensable su libro: "Casi por doquier, cerca de nosotros tanto como lejos, el número de poseídos es tan considerable que uno se sorprende y se aflige y tal vez sea ésa la verdadera llaga por la cual nuestro Egipto y todo el mundo caduco que lo habita está condenado a morir." En su país, Mecklemburgo, estimaba que el número de "poseídos" que sembraba por todas partes el miedo y el terror se elevaba por lo menos a treinta. "Las criaturas frágiles y débiles —escribió—, las mujeres y las niñas se perturban enormemente por todo lo que están obligadas a oír y ver, Muchas han renunciado a la fe y a la caridad, puesto que han oído los consejos de los demonios, lo cual constituye una práctica anticristiana e idólatra ... ” Y describe largamente los estragos de la demonología en su época. Pero detengamos aquí estos lamentables recuerdos. En nuestros tiempos actuales tales exageraciones no son, indudablemente, posibles ya. Es hora de buscar los síntomas de la presencia de Satán en nuestro mundo moderno y pasamos por lo tanto, inmediatamente, a nuestro siglo XIX francés. ¿Podemos aún citar seriamente "diabluras" en una época tan próxima a la nuestra? Trataremos de contestar esta pregunta mediante certidumbres, evitando toda exageración.

Continua...


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